Clarissa muchacha inteligente y de carácter reservado, a penas ha sabido lo que es el afecto. Muerta su madre al poco de nacer ella en 1894, su padre, un oficial del ejército imperial austrohúngaro, meticuloso y disciplinado hasta el extremo, no supo demostrar a sus hijos el cariño que les profesaba. Siguiendo sus propias normas disciplinarias, las relaciones se basaban en un rendir cuentas de los logros académicos de sus hijos, si bien Clarissa siempre admiró el porte militar de su padre, sintiendo un oculto orgullo por la envidia que despertaba entre sus compañeras de internado.
Con dieciocho años y a punto de terminar sus estudios, Clarissa vuelve a casa reclamada por su padre que le anuncia que se ve obligado a dimitir de su puesto en el ejército y que se dispone a abandonar Austria no sin antes haberla dejado a ella y a su hermano en una buena situación económica. Con todo, Clarissa decide ponerse a trabajar como ayudante de un conocido neurólogo. Pocas semanas antes de estallar la Gran Guerra de 1914, y a instancias de su jefe, asistirá a un congreso en Suiza donde conocerá a un profesor francés en el que descubre su alma gemela. Con él vivirá semanas de amor y complicidad viajando por varios lugares de Italia y ajenos a todo. Hasta que no pueden eludir más la realidad que les rodea y que les obliga a separarse teniendo que regresar cada uno a su país. De vuelta a Austria, y siguiendo las indicaciones de su padre, Clarissa se alistará como enfermera en un hospital de campaña cercano al frente. Allí descubrirá que está embarazada. A partir de ese momento la percepción de su propia vida da un giro radical. Llega a aceptar argumentos en contra de su propia conciencia. La lucha interna a la que se enfrenta puede ser para ella más trágica que la de los propios soldados a los que atiende heridos en el campo de batalla.