miércoles, 16 de diciembre de 2015

Pepita Jiménez (Juan Valera)


Escritor, diplomático, político y uno de los mejores críticos literarios del siglo XIX, Juan Valera perteneció a la época del Romanticismo, aunque no sería escritor romántico, sino un andaluz culto e irónico. De ideas liberales y cierto escepticismo religioso, que deja de manifiesto en sus obras a través de sus personajes, lo hace, sin embargo, con maneras elegantes y buen gusto.

Pepita Jiménez es quizá su obra más conocida y mejor escrita. Publicada en 1874, se encuadrada en un ambiente realista andaluz.

Pepita Jiménez, una joven viuda de veinte años a la que pretende con poco éxito un señor mayor viudo y con un hijo seminarista, viene a revolucionar la vida de éste cuando percibe el peligro que supondría para la tranquilidad familiar que la joven pasara a ser su madrastra. Todos los planes que el muchacho organiza para apartar a Pepita de su padre le llevarán, por el contrario, a desatar en él una pasión desenfrenada por la joven que pondrá en peligro su vocación eclesiástica.

Compuesta de tres partes, es interesante la primera dedicada al género epistolar, y que Valera utilizó en otras ocasiones. Toda la novela está muy bien elaborada, y como ya os comenté más arriba su estilo es muy refinado y elegante, sin pretender polémicas ideológicas o de religión. El autor se atiene a una realidad que pudiera haber sido y que se encuadra en una época concreta.

Los personajes se perfilan con un análisis psicológico detallado que describen perfectamente la transformación de cada uno de ellos. La tentación, en la figura de Pepita Jiménez, viene a ser la salvación para el joven que de otra manera vendría a ser un mal clérigo encaminado simplemente a hacer carrera, intención oculta tras un fervor religioso desmesurado: más vale un buen padre que un mal sacerdote.

Espero que os guste. Merece la pena leerla.

Páginas: 304


1 comentario:

  1. Gracias por la reseña y por instarnos a su lectura que ha sido de nuevo un auténtico placer, como siempre suele ocurrir con los clásicos.

    Éste se inicia con una cita latina que resume en tres palabras el contenido de la novela y, sólo ésta, ya, es capaz suscitar el más enardecido debate que a un par de lectores ávidos de profundizar se les pudiera antojar: «Nescit labi virtus.» La verdadera virtud no cae tan fácilmente.

    Es verdad que hay que leer más, pues en sí misma la sola cita requiere de la novela para que la imaginación del lector pueda ahondar más y colorear su contenido: con prosa epistolar al comienzo (lenta, intensa pero de evolución casi imperceptible, como el proceso de enamoramiento de Don Luis); corpus novelesco (paralipómenos) con un narrador que a mí todavía no me queda claro quién es ni de qué lado está, donde se agiliza el ritmo con una pizca de humor medido y reverente; y con ese final que hace gala del toda la vida dicho: bien está lo que bien acaba.

    Y siendo verdad que había que leer la novela para entender en toda su plenitud de contenido esa cita latina del principio, no menos sugerente e ilustrativa es aquella con que cierra el final: «Nec sine te quidquam dias in luminis oras. Exoritur, neque fit laetum, neque amabile quidquam» . Sin ti nada puede ascender a las gloriosas regiones de la luz. No hay, sin ti, en el mundo ni alegría ni amabilidad.

    Aquí termina mi comentario a tu reseña, como agradecimiento a tu propuesta de lectura para que éste no quede olvidado en un rincón me mí memoria.

    Si me tuviera que quedar con algo, citaría parte de nota del señor Deán, sobre la rápida transformación de Don Luis:

    <<¡Mal clérigo hubiera sido si no acude tan en sazón Pepita Jiménez! Hasta su impaciencia de alcanzar la perfección de un brinco hubiera debido darme mala espina […].Pues qué, ¿los favores del cielo se consiguen en seguida? ¿No hay más que llegar y triunfar? Contaba un amigo mío, marino, que cuando estuvo en ciertas ciudades de América y pretendía a las damas con sobrada precipitación, que ellas le decían con un tonillo lánguido americano:
    -¡Apenas llega y ya quiere!...¡Haga méritos si puede!- Si esto pudieron decir aquellas señoras, ¿qué no dirá el cielo a los audaces que pretenden escalarle si méritos y en un abrir y cerrar de ojos? Mucho hay que afanarse, mucha purificación se necesita, mucha penitencia se requiere para estar a bien con Dios y gozar de sus regalos. Hasta en las vanas y falsas filosofías, que tienen algo de místico, no hay don ni favor sobrenatural sin poderoso esfuerzo y costoso sacrificio.>>

    Y así debe ser la cosa.

    Gracias de nuevo por la recomendación.

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