Cassie, con treinta y un años, hace más de quince meses que se ha quedado viuda tras sufrir su marido un terrible accidente de tráfico en el que perdió la vida. Su hija de cinco años que iba en el coche con él, tras superar la conmoción cerebral inicial, es incapaz de hablar. Para Cassie su presente está estancado y el futuro lo percibe incierto cuando su madre le comunica que su abuela, Bobby, de noventa y cuatro años, parece estar en una fase inicial de la enfermedad de Alzheimer y le pide que vaya a vivir con ella. Bobby, aparentemente lúcida, de vez en cuando tiene momentos de ausencia en los que habla en ucraniano de personas de las que ni Cassie ni su madre han oído hablar nunca. Un viejo diario escrito por su abuela llama su atención, sobre todo cuando ésta le pide que lo lea y que intente reescribir la historia que en él aparece. Con la ayuda de un vecino de origen ucraniano como ella, conseguirá traducir las terribles experiencias que Bobby tuvo que sufrir en su pequeño pueblo de agricultores durante los años treinta del siglo XX cuando Stalin decidió colectivizar Ucrania sometiendo a la población con la privación de alimentos, deportaciones y asesinatos. Esta lectura también provocará en Cassie una especie de catarsis para replantearse su propia vida.
Erin Litteken da voz a las víctimas del Holodomor de la que apenas se conoce nada. Las consecuencias del totalitarismo de Stanlin no tuvieron nada que “envidiar” a los campos de concentración de Hitler. Deja de manifiesto la capacidad del mal cuando las ideologías están por encima de las personas y la dignidad humana carece de relevancia en aras de un progreso sin alma.
La novela, escrita de manera alterna con las voces de Cassie y de Bobby (Katya) es interesante y el libro se lee con gusto. Valores como la unidad familiar, el matrimonio, la amistad, la honorabilidad, las costumbres, la religiosidad o el respeto por la dignidad humana es una constante a lo largo de la novela.