Owen Quentillian, a bordo del barco que le llevaría de regreso a la rectoría de St. Gwenllian al término de la Primera Guerra Mundial, evoca la primera vez que llegó a ese lugar cuando con tan solo once años sus padres, que debían partir hacia la India, lo dejaron al cuidado de su amigo el canónigo Morchard. Este, ya viudo por entonces, acogería y educaría a Owen como a un hijo más. La relación con las tres hijas y los dos hijos del canónigo fue de cordial camaradería durante los años pasados allí. Ahora ya todos son jóvenes adultos y Owen tiene la intención de ocupar la casa heredada de sus padres relativamente cercana a la rectoría. Se ocupará de las tierras y escribirá ensayos como ha venido haciendo desde algún tiempo atrás, aunque sospecha que no vayan a ser del agrado de Morchard, un hombre muy religioso, de ideas fijas sobre la humanidad y la intervención de Dios en la vida de las personas. También le gustaría contraer matrimonio y se da cuenta que el cambio operado en la segunda de las hijas de Morchard le atrae en esa dirección. Con todo, no deja de percibir una sutil sombra cerniéndose sobre las vidas de los habitantes de St. Gwenllian: la férrea influencia del padre sobre todos ellos, de una manera cándida, ingenua y optimista sobre el cumplimiento de la voluntad de Dios y sus inexorables designios, aunque todo parece seguir igual, llevará a unos a revelarse y a otros a replegarse, sin conseguir plenamente la libertad y la felicidad que anhelan.
Delafield plasma con acierto los últimos coletazos de la moral y costumbres victorianas que sucumbirían en el periodo de entreguerras. Con el estilo costumbrista que le es propio, la autora hace una buena puesta en escena con unos personajes psicológicamente bien trazados para cada uno de los papeles asignados a cada uno de ellos y que toman sucesivo protagonismo a lo largo de los distintos capítulos. Curiosamente, en ninguno de ellos está como protagonista el clérigo, sino aquellos que, como satélites, giran constantemente a su alrededor incapaces de salir de su órbita.
La traducción, realizada por la argentina Eleonora González Capria, tiene algunos giros y expresiones del español propio de su país que pueden resultar extraños a un lector español quien restaría calidad literaria a la obra. Con todo, la novela resulta interesante y os la recomiendo vivamente. Espero que disfrutéis de su lectura.
Páginas: 296
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